
¿Sabes esa sensación de llegar a un sitio y pensar “esto no debería estar aquí”? En El Hierro, la isla más joven y salvaje, casi todo es negro, afilado, volcánico. Por eso, cuando te topas con Arenas Blancas, te quedas un rato en silencio. Te voy a contar cómo llegar a este pequeño capricho del Atlántico, pero sobre todo, por qué el esfuerzo para encontrarla es parte de su magia.
Imagínate conduciendo por una carretera que serpentea por la costa oeste de la isla, en Frontera. A un lado, el mar infinito; al otro, riscos que parecen recién salidos del horno de la Tierra. Y de repente, tras una pista de tierra que pone a prueba la suspensión del coche, aparece. No es una playa caribeña de arena fina, no te confundas. Esto es otra cosa. Es una cala pequeña, abrazada por acantilados oscuros, cuya arena está hecha de millones de pedacitos de conchas que el mar, con una paciencia de siglos, ha traído y pulido contra la roca.
El contraste es brutal: el blanco roto de la arena, el negro basáltico y el azul intenso del océano. Más de una vez he venido al atardecer, no a bañarme, sino a sentarme en una roca a escuchar. El sonido que hace el mar al arrastrar esta arena de conchas es distinto, más grave, como un susurro ronco. Aquí no vienes a poner la sombrilla y pasar el día con la nevera. Vienes a sentir que has llegado a un lugar que se ha mantenido al margen de todo, un pequeño milagro geológico.
A ver, que no es tan fácil como poner el GPS y aparcar en la puerta. Llegar a Arenas Blancas tiene su truco y requiere un poco de espíritu aventurero.
Arenas Blancas no es la playa más cómoda, ni la más grande. Pero es de esos sitios que te hacen sentir algo, que te conectan con la fuerza de la isla. Te recuerdan que, a veces, los mejores rincones son los que cuestan un poco de esfuerzo encontrar.
Qué va, hombre. Esto es la naturaleza en estado puro. Es gratis, pero el precio que pagas es el respeto. Llévate tu basura, no te lleves ni una concha y déjalo todo como estaba. Ese es el único peaje.
Necesario como tal, no es. Pero te facilita la vida un montón y te deja más cerca. Si no tienes, puedes aparcar donde empieza la pista de tierra y bajar a pie. Calcula unos 15-20 minutos de caminata. Piensa en la vuelta, que es cuesta arriba y con el sol pegando…
Sinceramente, depende de los niños. Si son ya granditos y están acostumbrados a caminar por terrenos irregulares, puede ser una gran aventura para ellos. Para críos muy pequeños, con carritos y demás trastos, es un lío. Además, recuerda que no hay ningún tipo de vigilancia ni servicio.
Si buscas soledad total, intenta ir entre semana y fuera de los meses de verano. El mejor momento del día es por la mañana, que suele haber menos viento, o al atardecer. La luz a última hora de la tarde sobre las rocas negras y la arena blanca… eso es otro nivel.
Porque es nuestra pequeña rareza, la excepción que confirma la regla. Es un recordatorio de lo caprichosa y única que es nuestra isla. Es como tener un lunar en un sitio inesperado. Nos recuerda que incluso en la tierra más abrupta, el mar siempre encuentra la forma de dejar un regalo.
El mar, siempre el mar. Tenle mucho respeto y no te confíes. Y el sol, que aquí en Canarias pega fuerte aunque esté nublado. Aparte de eso, cuidado con dónde pisas en el camino de bajada, que hay piedras sueltas. Es cuestión de usar el sentido común, como en toda la naturaleza.
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