
¿Has visto alguna vez esas fotos del Caribe con arena blanca como el azúcar y aguas turquesas que parecen de mentira? Pues aquí en Gran Canaria tenemos nuestra propia versión, aunque con un poco de trampa, te lo confieso. Déjame que te cuente la historia de Anfi del Mar, una playa que parece una piscina gigante y el sitio al que vas cuando no quieres ni una sola ola. Es un lugar que divide a los canarios, pero que tiene su momento y su porqué.
No te voy a mentir, Anfi no es una de esas playas salvajes de arena negra y callaos donde rompe el Atlántico con furia. Esas son las que a mí me recuerdan dónde estoy. Anfi es otra cosa. Es un invento, pero, como se dice por aquí, es un invento bien hecho. La historia la conocemos todos los de la zona: un empresario noruego soñó con traer un trozo del Caribe al sur de Gran Canaria y, a base de empeño y muchos barcos, lo consiguió.
La primera vez que la ves, te choca. Vienes conduciendo por la carretera de la costa, con el paisaje árido y volcánico de siempre, y de repente, ahí abajo, una mancha de color turquesa imposible. Bajas y lo primero que notas es la arena. No quema. Es fina, casi como harina, y de un blanco que deslumbra. Es la famosa arena que trajeron del otro lado del charco. Caminar por ella es una gozada, para qué negarlo.
El mar es el otro protagonista. Gracias a dos espigones de piedra, aquí no entra ni una ola. El agua está tan quieta que puedes ver los peces nadando entre tus pies como si estuvieras en un acuario. El sonido no es el del mar bravo, es un murmullo suave, mezclado con las risas de los niños y la música suave de algún chiringuito. Es un lugar diseñado para la calma absoluta, para que dejes a los chiquillos en la orilla sin preocuparte de que una corriente se los lleve. Es, en esencia, una enorme y preciosa piscina de agua salada.
Disfrutar de Anfi como uno de aquí requiere algo de estrategia. No es llegar y plantar la sombrilla. Si me haces caso, tu día será mucho mejor.
Ojo con esto, que es el dolor de cabeza de Anfi y la razón por la que muchos locales le han cogido manía. El acceso es público, pero está rodeado de un complejo privado. Tienes un parking subterráneo de pago, que no es barato y se llena a una velocidad de espanto. Mi consejo: o madrugas de verdad (estar allí antes de las 10:00, sobre todo un fin de semana) o cambia el plan y ve por la tarde. A partir de las cuatro, muchos empiezan a irse y encontrar un hueco es más fácil. Ir a las doce del mediodía en agosto es buscarse un mal rato.
A pie de playa tienes un centro comercial con restaurantes y cafeterías de todo tipo. Son cómodos, claro, pero los precios están pensados para el bolsillo del que viene de fuera. Si quieres vivir la experiencia completa, haz como nosotros: para en un supermercado de Arguineguín o Puerto Rico antes de llegar, carga una neverita con agua, unas cervezas y unos bocadillos de pata asada o de tortilla. No hay nada como comer en la toalla con los pies en remojo. Y si al final del día te apetece un buen pescado fresco, coge el coche. A diez minutos, en Arguineguín, tienes la cofradía de pescadores. Eso sí que es sabor a mar de verdad.
La playa no es muy grande, unos 180 metros. La zona central, frente al acceso principal, suele estar hasta la bandera. Si caminas hacia los extremos, sobre todo hacia el lado que da al muelle deportivo, a veces encuentras un poco más de espacio. Allí también están los puestos para alquilar un patín de agua o un kayak. Dar una vuelta con el kayak por la bahía es una buena forma de escapar un poco del bullicio y ver el complejo desde el agua.
Esta es la pregunta del millón. Después de todo lo que te he contado, quizás dudes. Mi opinión sincera: depende de lo que busques.
Si vienes con niños muy pequeños, es posiblemente una de las mejores playas de la isla. La seguridad que te da esa calma chicha no tiene precio. Si le tienes respeto al mar o simplemente te apetece un día de relax total, sin sorpresas, con un libro en una mano y una bebida fría en la otra, Anfi es tu sitio.
Ahora, si lo que te mueve es la naturaleza en estado puro, el sonido del océano, las playas con personalidad y sentir la energía de la isla, quizás Anfi te sepa a poco, a decorado. No es un lugar para buscar la soledad ni para conectar con el Atlántico.
Yo, que soy de mar más inquieto, voy de vez en cuando. Llevo a mis sobrinos y disfruto viéndoles chapotear sin miedo. A veces, hasta los que buscamos la roca y el salitre necesitamos un día de “piscina salada”. Y para eso, amigo mío, Anfi no tiene rival. La próxima vez que vengas, si te apetece un día de estos, avísame y nos llevamos la nevera.
Es pública, como todas las playas de España por ley. Lo que pasa es que el complejo hotelero que la rodea es tan grande que da la sensación de que es privada. Pero no te cortes, puedes entrar, pasear y plantar tu toalla donde te dé la gana. El acceso está señalizado, aunque a veces intenten esconderlo un poco.
Ahí está el “truco” del que te hablaba. La arena no es canaria. Se trajo en barcos desde el Caribe, creo recordar que de las Bahamas. Por eso tiene ese color y ese tacto tan diferente a las playas de la zona. Es, literalmente, arena de postal.
Mira, con sinceridad, si lo que buscas es paz y silencio para leer, en julio o agosto puede ser complicado por el jaleo de las familias. Pero si vas entre semana o fuera de temporada alta, es un lujo. También es ideal si te apetece un día de playa “cómoda”, con todos los servicios a mano y un agua que es un plato para flotar sin preocupaciones.
Sí, muy cerca tienes la playa de Amadores, en el municipio de Mogán también. El concepto es similar: arena clara (también traída de fuera) y aguas protegidas por espigones. Es más grande que Anfi y quizás con más opciones de restauración a pie de playa. Ambas son las reinas de las “playas-piscina” del sur.
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