
¿Sabes esa sensación de llegar a un sitio y pensar “tenía que estar aquí”? Hay playas a las que llegas en coche, con su chiringuito y su sombrilla. Y luego hay otras, como Faneroque, que te las tienes que ganar. No es una playa para todo el mundo, y por eso mismo es uno de mis rincones favoritos en Gran Canaria para cuando necesito escuchar solo el mar. Te voy a contar cómo es de verdad, sin adornos, como se lo contaría a un amigo.
Lo primero que tienes que saber es que a Faneroque no se llega por casualidad. No vas a ver un cartel enorme que ponga “Playa Virgen a 500 metros”. Aquí el encanto empieza en el momento en que dejas el coche y empiezas a caminar. El sendero de tierra te va metiendo poco a poco en otro ritmo. Huele a hinojo, a tabaiba seca, y el viento del noroeste te va dando en la cara como un adelanto de lo que te espera.
Es una caminata corta, no te asustes, pero lo suficiente para dejar atrás el ruido del mundo. Mientras bajas, verás el acantilado, la inmensidad del Atlántico y esa mancha de arena negra allá abajo. Esa es tu meta. La primera vez que bajé, hace ya más de veinte años, sentí que había descubierto un tesoro. Y la verdad es que cada vez que vuelvo, la sensación se repite.
Una vez que pisas la arena negra y fina de Faneroque, entiendes por qué ha merecido la pena. El sonido de las olas rompiendo es potente, sobre todo los días que hay mar de fondo. Como pescador, he aprendido a respetar esta costa. El mar aquí no se anda con chiquitas, así que ojo.
La playa es abierta y el oleaje puede ser fuerte. Si eres buen nadador y el día está tranquilo, adelante. Pero si no lo ves claro, no te la juegues. El verdadero secreto de Faneroque, el que conocemos los de aquí, no está en el mar abierto.
Cuando la marea baja, la magia ocurre. Entre las formaciones rocosas de la orilla se crean unas pozas naturales que son una auténtica maravilla. El agua se queda estancada, tranquila, y se calienta un poco con el sol. Son como jacuzzis privados en medio de la nada. Ahí es donde te puedes relajar de verdad, flotar sin preocupaciones y sentir que el mundo se ha detenido.
Este es mi consejo principal: antes de ir, busca en internet una tabla de mareas de la zona de Agaete. Intenta que tu visita coincida con la bajamar o las horas cercanas. Te aseguro que la experiencia cambia por completo. Es el momento perfecto para un baño largo y reparador después de la caminata.
Olvídate de llegar en coche hasta la arena. El acceso es a pie por un sendero de tierra desde la carretera general (GC-200), entre Agaete y La Aldea. No es una caminata complicada, pero déjate las chanclas en el coche y ponte unas zapatillas cerradas. Y lleva agua, que allí no hay nada.
Te soy sincero. Si son niños muy pequeños, quizás no sea el plan ideal. El camino puede cansarles y el mar abierto tiene su genio. Las pozas con marea baja son más seguras, pero hay que estar siempre muy pendiente. Es más un sitio para ir en pareja o con amigos que busquen tranquilidad.
A mí me gusta ir por la mañana, para tenerla casi para mí solo. El sol de la tarde también es espectacular, pero lo más importante es que le eches un ojo a las mareas. Con la marea baja es cuando se disfruta de verdad de los charcos. Intenta evitar las horas de más calor para la caminata de ida y vuelta.
En la playa no hay absolutamente nada. Ni un quiosco, ni un baño. Y eso es parte de su encanto. Tienes que llevarte tu agua y algo de comer. La norma no escrita es llevarte de vuelta todo lo que trajiste, e incluso si ves algún plástico, cógelo. Después del baño, lo mejor es ir a Agaete o El Risco a comerte un buen pescado fresco. Te lo habrás ganado.
Sí, es una playa donde el ambiente es de total libertad y respeto. Es muy habitual ver gente practicando el nudismo. No es obligatorio, por supuesto, pero si es lo que buscas, aquí te sentirás muy cómodo. Cada uno va a lo suyo, a conectar con el entorno.
Si el Atlántico ruge y no te fías ni de los charcos, hazle caso a tu instinto. No te bañes. La caminata y las vistas ya habrán valido la pena. Siéntate en la arena, disfruta del espectáculo y del sonido. Luego puedes ir a darte un chapuzón más seguro en las piscinas naturales de Las Salinas en Agaete. Aquí, el mar siempre tiene la última palabra.
¿Te ha gustado este artículo? ¡Compártelo con tus amigos y familiares!