
¿Sabes esa sensación de caminar y sentir que te alejas del ruido del mundo, que cada paso te limpia un poco por dentro? En La Graciosa, esa sensación es el pan de cada día. Pero hay un sitio, a un paseo de Caleta de Sebo, donde el silencio es diferente. Te voy a contar por qué La Francesa no es solo una playa bonita, es un estado de ánimo.
Mucha gente se obsesiona con llegar rápido, pero para entender La Francesa, tienes que disfrutar del camino. Sales de Caleta de Sebo, dejas atrás las casitas blancas y las calles de arena, y te metes en un sendero que bordea la costa. Son unos dos kilómetros, cuarenta y cinco minutos a un paso tranquilo. No cojas bici si no estás acostumbrado, que la arena suelta te puede jugar una mala pasada. Ve caminando, siente el sol en la cara y respira el aire limpio.
A medida que avanzas, a tu izquierda tienes el mar, El Río, ese brazo de agua que nos separa de Lanzarote. Y al frente, imponente, el Risco de Famara. No es una simple pared de roca, créeme. Es como un gigante dormido que vigila la isla. Dependiendo de la luz, cambia de color, del ocre al rojizo, y te aseguro que esa vista te acompaña y te hace sentir pequeño, en el buen sentido.
Cuando llegas, lo entiendes todo. La playa tiene forma de herradura, un abrazo de arena blanca que protege el agua y la deja quieta, como un plato. El color es de un turquesa tan claro que casi duele a la vista. Aquí el mar no ruge, susurra. Es el sitio perfecto para echar la toalla y olvidarte de todo.
Una cosa que he aprendido con los años es a leer las mareas. Y en La Francesa, la marea alta es un espectáculo. El agua sube tanto que inunda una parte de la playa, formando una laguna interior de agua salada, una piscina natural donde el agua apenas te cubre y está más caliente. Si tienes la suerte de pillarla subiendo, quédate a verlo. Los niños se vuelven locos ahí.
El otro día, hablando con un viejo pescador de Caleta de Sebo, me decía que La Francesa es “la playa de la espera”. El sitio donde los marineros esperaban a que el viento amainara para cruzar a Lanzarote. Y algo de eso queda en el aire. Es un lugar que te invita a la paciencia, a no hacer nada, solo a estar.
Mi recomendación es ir caminando desde Caleta de Sebo. Es un paseo llano de unos 45 minutos que te sirve para aclimatarte al ritmo de la isla. Si vas con niños pequeños o no te apetece caminar, puedes pillar un taxi 4x4 en el pueblo y te dejarán muy cerca.
Agua, y mucha. Comida, porque allí no hay dónde comprar nada. Y protección solar: gorra, gafas y crema. La sombra es prácticamente inexistente, así que si tienes una sombrilla, no es mala idea llevarla.
Perfectamente. El agua es muy tranquila, casi no hay oleaje, y cubre muy poco a poco. Es como una piscina gigante para ellos. Eso sí, recuerda que no hay vigilancia, así que siempre hay que estar pendiente.
Cualquier momento es bueno en La Graciosa, pero si quieres evitar a más gente, los meses fuera de la temporada alta de verano son ideales. El tiempo sigue siendo espectacular y la playa estará prácticamente para ti solo.
Sí, si sigues caminando un poco más por el mismo sendero, llegarás a la Playa de La Cocina, justo debajo de Montaña Amarilla. Es más pequeña y recogida, una auténtica joya. Mucha gente se queda en La Francesa, así que a veces La Cocina está más tranquila.
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